A sacarse el sombrero. Todos, los que creyeron más y los que creímos menos. Este Boca que durante muchos momentos pareció encaminado al fracaso dio una lección de carácter ganador y fortaleza mental. Fue un equipo de hombres, experimentados, que supieron capear los temporales y emerger cuando nadie lo veía posible. Finalizada parecía la temporada cuando Ben Hur ganó los dos en La Boca. También cuando Libertad lo bailó en Sunchales... Tampoco recibió crédito cuando empezó la final ante Peñarol, el mejor hasta ahí... Nadie apostó por Boca. Menos tras quedar 1-2. Pero, otra vez, surgieron la experiencia, el oficio y la personalidad de este team para ganarse el apodo de "equipos de los milagros".
Muchos merecen el elogio pero nadie como Leo Gutiérrez, el olímpico, un tipo que supo encarrillar una temporada que tuvo sus descarrilamientos. Pero el ala pivote mostró su personalidad y dotes de liderazgo para guiar al equipo. Como cuando jugó lesionado y ganó el tercero contra la BH... Predicó con el ejemplo y el resto lo siguió. Por eso fue el MVP. "Esto es para mis compañeros. Pusimos unos huevos bárbaros. Hablaron mierda de nosotros pero, a veces calladitos y a veces no, dimos vueltas series que estaban perdidas. Le dimos una sorpresa a la Liga", comentó.
Lejos de gozarla, Boca sufrió la temporada por los vaivenes del equipo. Todo empezó mal pisado cuando la dirigencia decidió esperar a Paolo Quinteros y el goleador se fue a España. Luego, en 15 días, llegaron dos títulos (Copa Argentina y Sudamericano) que parecieron presagiar una gran campaña. Pero el conjunto no mostró química y la peor primera fase de la historia (7-7) le costó el puesto a Eduardo Cadillac. Gabriel Piccato, asistente con poca experiencia, se hizo cargo a fin de noviembre de un puesto que parecía destinado a un DT de "perfil alto". Los buenos resultados en el Súper 8 (finalista), el apoyo de los líderes (Gutiérrez y Leiva) y la falta de un gran coach en el mercado le dieron aire. Con un perfil subterráneo, Piccato metió mano de a poco y acertó, sobre todo en la conducción grupal. El conjunto no abandonó sus crónicos vaivenes (lo más notable era los problemas de anarquía y desorden en ataque) y parecía que todo terminaría mal... Pero el equipo mostró una personalidad a prueba de balas. Como anoche. Sabía que ayer debía ganar y no dejar vivir a Peña. Y lo hizo con carácter. Jugó siempre a ganar y respondió bajo presión. Legaria condujo con solidez (se jugó como quiso Boca), Oroná fue un asesino silencioso, Robinson demostró su calidad y el resto se la bancó. Sobre todo cuando Peña lo dio vuelta en el último: 77-74 a 2m52. Boca nunca abdicó y fue fuerte de la cabeza en la mala. Gutiérrez metió un triplazo a 1m28 (81-78) y hubo mano firme en los libres para liquidarlo. La gloria ya es xeneize. Pero ahora, a esta altura, ya no se puede hablar de milagros.
